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Magisterio

Por Julio César Uribe Hermocillo

@guarengue

Dos escudos de la Normal de Quibdó
☆Escudo de la Normal de Quibdó e imagen del mosaico de la promoción de Primeros Maestros Bachilleres que allí nos graduamos. FOTOS: El Guarengue.

Quizás no haya sido un modelo de innovación pedagógica ni de modernidad científica nuestra formación en la Escuela Normal Superior para Varones, de Quibdó, en donde media docena de pedagogos, unos más experimentados que otros, unos más pedagógicos que otros, se encargaron de mostrarnos -hace cincuenta años- en qué consistía el camino del magisterio y de entregarnos herramientas fundamentales para su futuro ejercicio, a quienes después nos graduaríamos con el título -vigente en ese momento- de Maestros Bachilleres, y -en la mayoría de los casos- saldríamos a trabajar en escuelas y colegios del Chocó, Caquetá, Norte de Santander, Casanare, Antioquia, Cesar, en pueblos que ni siquiera habíamos oído mencionar nunca, con otros acentos, otras culturas, otras historias, otras alimentaciones, otros atardeceres, otros presentes y futuros bastante divergentes de los que a veces -en las fantasías de los recreos escolares- soñábamos o nos imaginábamos; pero, que nos permitieron ser autónomos por primera vez en nuestras vidas, cuando aún ni siquiera teníamos cédula de ciudadanía.


Quizás nos faltó detenernos un poco más en María Montessori y en Ovidio Decroly, así como hubiera sido de enorme utilidad vital y profesional haber estudiado a Paulo Freire, a quien ni siquiera nos mencionaron en aquella época; pero, la verdad sea dicha, los rudimentos de pedagogía que recibimos de nuestros maestros, la pasión que por el oficio nos contagiaron y las herramientas básicas que nos dieron para comprender y ejecutar con acierto procesos de enseñanza-aprendizaje -como se llamaban en la época-, suplieron dichos vacíos.


Con los profesores Camilo Caicedo y Francisco Caicedo Matute, aprendimos a preparar clases, a diferenciar los métodos inductivo y deductivo, a pensar con detenimiento en ese momento inicial de una clase que se llamaba Motivación y a imaginar y producir materiales didácticos pertinentes, útiles y de calidad; labor esta para la cual fueron decisivos los talentos de nuestros condiscípulos artistas, José Mosley Tréllez y Carlos Alberto Valdez, y las sólidas lecciones de arte que nos dio el Profesor Jorge I. Moreno, artista chocoano de academia y de oficio, cuya sabiduría -oh, necia juventud- desperdiciamos.


Metodología y Técnicas de la Educación era la clase del profesor Camilo. Fundamentos y Técnicas de la Educación era la del profesor Pachín, quien posteriormente también nos acompañó de manera amable y profesional como Coordinador de Prácticas Pedagógicas, en reemplazo de la muy querida y respetable Maestra Imelba Valencia de Valencia, quien siempre tuvo una sonrisa, una lección y una solución para nuestros problemas de adolescentes y practicantes pedagógicos en la Escuela Anexa a la Normal y en las escuelas afiliadas: la Lisandro Mosquera, la escuela de Medrano y la escuelita de Cabí, en donde trabajaban la Seño Saray, esposa del Tigre Luis Carlos Mayo, nuestro prefecto de disciplina; y la Maestra Chomba, la mamá de Abrilito y de Nene Abril.


En todos los casos, los relatos y anécdotas de su vida inicial como maestros y de sus experiencias en aquellos pueblos remotos donde también a nosotros nos iban a nombrar cuando nos graduáramos y saliéramos a trabajar, que nos contaron el profesor Camilo, el profesor Matute y la Seño Imelba, nuestro director de grupo Gonzalo Moreno Lemos, nuestro profesor de Español (Plinio Palacios Muriel) y el profesor Carlos Mayo, fueron tan aleccionadores e ilustrativos sobre el papel del maestro en la comunidad y en la sociedad como las clases formales que nos dieron. De esa mezcla entre teoría y testimonios aprendimos que el maestro era alguien que, además de clases, debía dar ejemplo, en la vida cotidiana, en su comportamiento y en su ética, hasta en su forma de vestir y de hablar. Que el maestro debía promover y liderar el mejoramiento físico de las escuelas y sus entornos, incidir positivamente en la salud pública de la comunidad, en la calidad de sus relaciones interpersonales y familiares, en la generación de ambientes favorables a la convivencia pacífica, al respeto y al progreso. Así mismo, dejando a salvo que seguramente las condiciones de pobreza serían un impedimento para ello, nos enseñaron que un maestro siempre debía motivar a sus alumnos para que fueran alguien en la vida, para que estudiaran más y más y, si les era posible, llegaran a ser profesionales también o aprendieran oficios dignos que les permitieran ejercer trabajos honrados.


Administración Educativa, con Libardo Mosquera Hernández, Psicología Educativa y Filosofía e Historia de la Educación, con Francisco Díaz Bello, fueron las tres materias que completaron nuestra ruta específica de formación pedagógica, en la Normal de Quibdó; así como las lecciones que de sus palabras y de su ejemplo recibimos del director de la Escuela Anexa y del Rector de la Normal que nos correspondieron: los siempre impecables Arnulfo Herrera Lenis y Jorge Valencia Díaz, de corbata y paraguas negro los dos, serios y sonrientes a la vez, respetuosos en el trato de los estudiantes, prácticos y sabios en sus consejos y en sus palabras de aliento.[1]


La mayor parte de nuestros compañeros de aquel salón inolvidable de la Normal de Quibdó, 6° A, con quienes concluimos nuestros estudios y nos graduamos, terminaron dedicados al magisterio. Casi todos, que a la postre se convirtieron en nuestros hermanos de la vida, hoy lo siguen ejerciendo… A ellos, a nuestras maestras de 1°, 2° y 3° de primaria, Olaya y Bibiana Mena, a nuestro maestro de 4° y 5° en la Anexa, Roger Hinestroza Moreno y a quienes en la Normal de Quibdó nos enseñaron, con sus lecciones y sus recuerdos compartidos, lo que es y lo que significa ser un maestro de verdad y no un simple funcionario que a duras penas cumple un horario: ¡Feliz Día del Maestro!


Tomado originalmente de www.miguarengue.blogspot.com

 

[1] Otros artículos, con referencias completas a la Normal de Quibdó y a su escuela Anexa, así como a los demás maestros y profesores de la época, pueden leerse en los siguientes artículos de El Guarengue:


“Viva por siempre la Normal, madre de los institutores”:



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