Por Julio César Uribe Hermocillo
A finales de la década de 1950, en Quibdó, además de los aires folclóricos de la chirimía, cimentada ya como conjunto típico regional; músicos como el Maestro Abraham Rentería y don Eduardo Coutin dirigían estudiantinas o conjuntos de música andina colombiana, conformados por bandolas, tiples y guitarras, con un repertorio de bambucos, pasillos y valses, al mejor estilo del músico valluno Pedro Morales Pino y del santandereano Luis A. Calvo, glorias de la música vernácula del interior del país; al igual que piezas del cancionero chocoano, como las composiciones de los hermanos Castro Torrijos y del Maestro Miguel Vicente Garrido. Simultáneamente, grupos de músicos jóvenes interpretaban aires de origen antillano y del Caribe colombiano.
Tales manifestaciones, al igual que los ritos y cantos mortuorios de la cuenca media del río San Juan (Istmina, Andagoya y Condoto), los cuales son actualmente parte del patrimonio cultural inmaterial de Colombia; así como la riqueza del repertorio de danzas folclóricas autóctonas que pudieron presenciar en una fiesta patronal de Condoto, y los cantos de romances del Baudó, fueron documentadas -incluyendo grabaciones de sonido- por el grupo de investigadores institucionales que integraban la Excursión folclórica al Chocó, organizada por el entonces recién creado CEDEFIM -Centro de Estudios Folclóricos y Musicales-, del Conservatorio Nacional de Música, de la Universidad Nacional de Colombia; el Instituto Colombiano de Antropología[1] y los servicios de radiodifusión de la Radiotelevisora Nacional.
Aquella importante excursión folclórica se llevó a cabo del 1° al 15 de octubre de 1959, bajo un itinerario diseñado por don Rogerio Velásquez, el gran etnólogo afrochocoano, quien actuaba como asesor de la misma; e incluyó aportes de la escritora y poeta afrochocoana Teresa Martínez de Varela. La excursión, en palabras de su relator, permitió a los investigadores “cosechar muchas sorpresas y constatar la presencia, en el folclor chocoano, de elementos antes insospechados”. A través del apoyo a esta excursión, el gran Rogerio Velásquez daba continuidad a su misión de contribuir a la documentación y difusión del entonces ignoto patrimonio cultural del Chocó negro, que a través de sus investigaciones y publicaciones había venido introduciendo en el panorama de la antropología colombiana.
Dada su trascendencia como retrato de un instante histórico, de una época, de la rica tradición cultural y folclórica del Chocó del medio siglo XX; El Guarengue ofrece a sus lectores el texto original del artículo que sobre dicha travesía investigativa escribió el eminente sociólogo, folclorista y musicólogo Andrés Pardo Tovar (Bogotá, marzo de 1911-agosto de 1972), quien a su fallecimiento era director de la Radiodifusora Nacional de Colombia. Pardo Tovar, junto a Horacio Gallego, fue el encargado de las fichas organográficas de la excursión[2]; así como asumió el trabajo “de las fichas coreográficas, del diario de la excursión y de la dirección general de la misma”.
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Experiencias de una excursión folclórica en el Chocó
Por Andrés Pardo Tovar
-Artículo publicado en la Revista Colombiana de Folklore 1960-[3]
La creación del "Centro de Estudios Folclóricos y Musicales" del Conservatorio Nacional de Música, entidad ésta que forma parte de la Universidad Nacional de Colombia (cosa que muchos ignoran), responde a una necesidad imperiosa de nuestra cultura: la compilación in situ de los distintos repertorios regionales de la música folclórica y popular y el subsiguiente análisis técnico y estético de los mismos.
Diversos factores, que no sería del caso analizar aquí, están acabando con extensos sectores de la música vernácula de nuestro país, o deformando al menos sus características ritmo-melódicas y expresivas. En breve plazo, es seguro que desaparezca un material de estudio que no puede reconstruirse y que constituye uno de los índices vivos más directos y reveladores de la idiosincrasia de los distintos núcleos del pueblo colombiano. De aquí la urgencia de iniciar técnicamente una tarea que de suyo es larga y compleja, pero rica en resultados sustantivos, como hemos podido comprobar durante la excursión folclórica realizada al Departamento del Chocó, en colaboración con el Instituto Colombiano de Antropología y la Radiotelevisora Nacional. Sólo que la labor adelantada en esa región apenas si constituye la base de un largo trabajo de transcripción, clasificación y análisis del material recogido. Tarea esta última en la que comenzamos a cosechar muchas sorpresas y a constatar la presencia, en el folclor chocoano, de elementos antes insospechados.
Cómo se organizó la excursión
El Consejo Consultivo del "Centro de Estudios Folclóricos y Musicales" está integrado por el Director del Conservatorio Nacional, maestro Fabio González Zuleta; por el maestro Jesús Bermúdez Silva, meritorio compositor colombiano y catedrático del citado instituto, y por el doctor Luis Duque Gómez, Director del Instituto Colombiano de Antropología. Interesado este último en el estudio de la realidad humana del Chocó, sugirió a mediados del año en curso la posibilidad de organizar una comisión que viajara a esa región con fines de compilación y estudio. La iniciativa culminó sobre un itinerario elaborado por el profesor Rogerio Velásquez, gracias al apoyo decidido de la Universidad Nacional y a la comprensión del doctor Daría Achury Valenzuela, Director de los servicios de radiodifusión de la Radiotelevisora Nacional: del primero al quince de octubre de 1959, se realizó la expedición a las regiones de Quibdó, Istmo de San Pablo, Alto San Juan y Alto Atrato (Yuto, río Capá y parte baja de dos de sus afluentes: el Mumbaradó y el Cuachirandó)[4].
La Comisión que viajó al Chocó se integró en la siguiente forma: por el Conservatorio Nacional de Música, Fabio González Zuleta, Jesús Pinzón, Horacio Gallego y Andrés Pardo Tovar; por el Instituto Colombiano de Antropología, Rogerio Velásquez y José María Enríquez Girón, y por la Radiotelevisora Nacional, don Guillermo Díaz. Y el trabajo se distribuyó así: González Zuleta y Pinzón se encargaron de las transcripciones musicales; Gallego y Pardo Tovar, de las fichas organográficas; Guillermo Díaz, de las grabaciones; Enríquez Girón, de las filmaciones y fotografías; Velásquez, de las relaciones públicas y asesoría, y Pardo Tovar de las fichas coreográficas, del diario de la excursión y de la dirección general de la misma.
Desde luego que el campo de trabajo se concretó al folclor musical, y que nuestros principales contactos fueron con la población negra: sólo a título esporádico y excepcional -u ocasional, mejor dicho- entraron algunos miembros de la Comisión en contacto con núcleos aborígenes. Por visitar quedaron muy extensas e interesantes regiones chocoanas, como son el Baudó y la costa del Pacífico.
Los conjuntos instrumentales
En los principales centros de población, no falta en tierras chocoanas un conjunto típico: la "chirimía". Según informaciones de algunos músicos nativos, la base melódica de estos conjuntos fue antaño la "flauta de carrizo", instrumento que hoy sólo fabrican y usan algunas comunidades indias, y que fue reemplazado por dos instrumentos cultos europeos, llegados al Chocó en época relativamente reciente: el clarinete y el fliscorno barítono. A los que se agregan la "tambora" y el redoblante (de aros de madera y parches de piel de tatabro) y un par de platillos de hierro, también de fabricación local. Todo lo cual nos está indicando que la actual "chirimía" chocoana es una derivación o reflejo de las bandas de música que existieron en la región, y la primera de las cuales se organizó hace aproximadamente unos cuarenta y cinco años.
Los aires o ritmos regionales que interpretan las "chirimías" tienen un carácter autóctono muy acusado y un evidente interés ritmo-dinámico: algunos sugieren, al menos por razón de sus nombres genéricos, una progenie española, como la "jota" y la "contradanza"; otros indican un origen cosmopolita, como la "polca picada", y algunos -como el "maquerule" y el "aguabajo" son de estirpe vernácula. De otros aires, antaño muy populares en el Chocó, solo se conservan los nombres, como la "moña", danza en la que la música alternaba con desafíos de coplas y décimas improvisadas.
En Quibdó, además, se grabaron varios números musicales de tipo "criollo", interpretados por dos "estudiantinas" integradas por instrumentos típicos tradicionales (bandolas, tiples y guitarras): uno formado y dirigido por Abraham Rentería -antiguo alumno del Conservatorio Nacional-, y otro animado por don Eduardo Coutin, personalidad muy interesante y versátil. Solo que ambos conjuntos se consagran a la interpretación de un repertorio que coincide exactamente con el que caracterizó el sentimiento musical popular en la época de Morales Pino, y, luego, de Luis A. Calvo: bambucos, pasillos, "danzas", valses, etc. Aires todos estos que no son de estirpe chocoana.
Al escuchar otro conjunto, formado por músicos jóvenes, pudimos constatar cómo la influencia de la música popular antillana, al igual que la de nuestra costa atlántica, comienza a deformar la tradición nativa. Incluso el instrumental de esta agrupación (acordeón, "timba", "bongoes", etc.), visualiza este proceso de paulatino olvido de una tradición y de transformación del sentimiento local en eco o imitación de lo exótico.
Las danzas tradicionales
En Condoto, asistimos a un baile popular, celebrado con ocasión de las fiestas de la patrona de esa localidad, que lo es la Virgen de la Inmaculada Concepción. Fue un espectáculo emocionante e inolvidable, no solo por la belleza casi ritual de algunas coreografías espontáneas, sino por los movimientos individuales y de conjunto, y, también, por las improvisaciones acrobáticas y plásticas, realmente sensacionales, de un bailarín sexagenario.
En las respectivas fichas coreográficas encontramos que el "aguabajo" se bailó allí por parejas aisladas, inicialmente, y luego en un juego trenzado de hombres y de mujeres. Una pareja femenina, plena de gracia y dignidad, constituyó mientras tanto algo así como un punto de lírica serenidad en medio a la continua aceleración de los movimientos rítmicos del conjunto.
En la "jota", las parejas iniciaron un sugestivo encadenamiento de movimientos de avance y retroceso, en doble "fila india". Al acelerarse el ritmo de la música, los bailarines volvían a unirse dos a dos -hombre y mujer- y entraban poco a poco en un verdadero trance hipnótico, dentro del cual la danza tendía al tipo convulsivo atenuado de que habla Curt Sachs. Ante sus parejas, y en paulatina sucesión, los hombres se desplomaban uno tras otro, en un éxtasis rítmico que estilizaba bellamente el juego erótico de los sexos.
En otro "aguabajo", el bailarín sexagenario -valiéndose de su sombrero a manera de batea- imitó el trabajo del minero, del buscador de oro de los grandes ríos del Chocó. Sus movimientos rítmicos, iniciados en cuclillas y a ras del suelo, lo llevaron en una suave espiral ascendente hasta un clímax emocional en que, elevando ambos brazos, el negro y ancho sombrero entre las manos, pareció ofrendar a los dioses el áureo fruto de su labor.
En la "contradanza", los hombres hacían girar a sus parejas, vertiginosa, suavemente. Y al cambiar el ritmo de ternario a binario, volvían a danzar frente a frente, y eran entonces las hembras quienes dominaban a los hombres con sus cadenciosas insinuaciones.
Las danzas negras del Chocó, las de las zonas auríferas en especial, son dignas de un estudio detenido y sistemático. Que necesariamente tendrá que realizarse en breve plazo, porque tales manifestaciones tienden también a transformarse y a desnaturalizarse, debido a la influencia de múltiples factores exógenos.
El repertorio vocal de los velorios
El de las regiones visitadas por la Comisión presenta características excepcionalmente interesantes y está constituido por romances, alabados y salves que se entonan por los asistentes en estilo antifonal. Una mujer, de edad provecta, inicia el canto, y las demás le responden a coro. El carácter de estas "oraciones cantadas", de un acusado y evidente arcaísmo, recuerda a la vez las inflexiones modales del canto llano y los melismas ornamentales del "cante jondo". Las respuestas coreadas, además, se realizan polifonalmente, en intervalos paralelos de cuartas o de quintas, a la manera del "organum" medioeval. Cabría notar también que estos repertorios musicales varían de acuerdo con el tipo de "velorio" que se esté celebrando: velorio "de muerto", velorio "de niño" (gualí), o velorio "de santo" (alumbramiento).
La señora Teresa Martínez de Varela Restrepo -escritora y poetisa chocoana que posee un hondo conocimiento del folclor literario y musical de su tierra- colaboró con la Comisión en forma generosa: cantando numerosas muestras del repertorio de los velorios, nos reveló uno de los aspectos más apasionantes de la música vernácula negra de nuestro país. Es admirable, en realidad, hasta qué punto la melodía se adapta en este caso a la índole de los textos, traduciendo fielmente su contenido simbólico y emocional.
Nada más sugestivo, por lo demás, que el ambiente que se vive en estos "velorios", en los que no falta de ordinario la intervención de un decimero -vale decir, de un declamador e improvisador- que participa en los ritos con un repertorio de arcaico y castizo sabor. A uno de ellos escuchamos en Quibdó, la noche del sábado 3 de octubre: Manuel Mosquera Cossio es su nombre. Una de sus "loas" al Santísimo Sacramento nos transportó al siglo XVI: creíamos estar presenciando un auto sacramental, no solo por el énfasis de la declamación, sino por la arquitectura de las imágenes poéticas y por la simbología del contenido.
Tres romances del Baudó
De regreso de Condoto, Istmina y Andagoya, y cuando la Comisión se encontraba en Yuto disponiéndose a remontar nuevamente el Atrato rumbo a Lloró, se nos presentó una atractiva muchacha de tipo gitano y personalidad sugestiva y simpática. Así conocimos a Francia Oliva Vega, originaria de la región del Baudó, quien conserva de memoria el repertorio de romances tradicionales que cantaba su madre. Francia Oliva, dueña de una muy hermosa voz natural, esperó en Quibdó nuestro regreso e interpretó, en una de las últimas sesiones de grabación efectuadas allí, tres de esos admirables romances: "Se levanta un corderillo", "Una niña en palacio" y "Catalina, Catalina". Esta vez, letra y música nos transportaron cuatrocientos años atrás, a los reinos de Asturias, Castilla y Aragón.
La interpretación musical del último de tales romances, por Francia Oliva Vega, es una de las piezas más interesantes entre las que pudieron recogerse en el Chocó. Al transcribirla a los pentagramas en asocio del maestro Bermúdez Silva -ya de regreso en Bogotá- encontramos que la respectiva melodía presenta características muy arcaicas, toda vez que está basada en una escala no tonal, sino modal. Precisamente la que corresponde al dórico traspuesto (si, do, re, mi, fa sostenido, sol, la) con reposos sobre el primer grado y predominio expresivo de los intervalos de cuarta y de quinta descendentes. El texto de este romance -estrófico y con estribillo- encuentra su antecedente en dos romances novelescos de Asturias, inspirados en el tema de la ausencia: los que figuran, precisamente, en la selección hecha por Luis Santullano y publicada por Aguilar en uno de los volúmenes de la colección "Joya" (págs. 1246 a 1248 de la edición de 1934).
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Futuras publicaciones
La Universidad Nacional de Colombia y el Instituto Colombiano de Antropología iniciarán el año entrante la publicación de una serie de estudios de análisis ritmo-melódico y de análisis comparativo que el "Centro de Estudios Folclóricos y Musicales" del Conservatorio Nacional ha iniciado ya, lo que habrá de arrojar, sin duda alguna, muchas luces sobre el proceso a virtud del cual extensas zonas del folclor hispanoamericano no son otra cosa que supervivencias de la música y de la literatura popular españolas de la época renacentista. Conservadas, por lo que dice al Chocó, en versiones admirables, que a tiempo que pregonan su ancestro reflejan también el costumbrismo, la psicología y el ambiente humano de uno de los núcleos étnicos más vigorosos y caracterizados de Colombia.
Tomado originalmente de https://miguarengue.blogspot.com/2024/02/entre-chirimias-y-estudiantinas-una.html
[1] Era entonces ICAN su sigla; no ICANH, como ahora, cuando incluye la H de Historia.
[2] La organografía musical es el arte de describir los instrumentos de música, estudiar sus orígenes, construcción y sucesivas y progresivas transformaciones e historiar el proceso técnico de sus acoplamientos polifónicos.
[3] Pardo Tovar, Andrés Experiencias de una excursión folclórica. En: Revista Colombiana de Folklore (1960), Volumen 2, Número 4, Segunda Época. Pp. 127-136.
[4] N. B. Al parecer la referencia es realmente a Canchidó
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